domingo, 19 de agosto de 2007

Cuento: Un lugar para Harry

Carlitos y Elena querían un perrito, y los ruegos se oían cada vez con más frecuencia en la casa. Hasta que una tarde de verano el sueño se hizo realidad—una de esas tardes que el sol aprieta con fuerza sobre La Pampa, la brisa sopla arena y el horizonte es una línea recta acariciada por el cielo azul como si más allá nada existiera. Esa tarde la mamá apareció con un cachorrito acurrucado en una canastita. Cruza de fox-terrier con vaya a saber qué, le dijeron, pero no importaba. El perrito era una madejita blanca salpicada de marrón, con dos matitas de pelo cayendo sobre los ojos pícaros. Todavía saltando de alegría, los hermanitos se apresuraron a llamarlo Harry, por un héroe de televisión de esos días. Por fin tenían su juguetito nuevo.

Pero Harry no era un juguetito. Tenía vida propia y venía lleno de sorpresas.

En poco tiempo Harry se adueñó de la casa. Y ahora cuando Adriana, la mamá, volvía del trabajo, debía sortear toda clase de objetos que Harry había desparramado por el suelo. Los chicos tenían sus horas llenas con la mascota, pero Adriana y José, su nueva pareja, se dieron cuenta que debían recuperar el equilibrio del hogar. Y Adriana decidió que si los chicos querían a Harry dentro de la casa, debían limpiar lo que ensuciara—y cuando los hermanitos vieron que el perrito ensuciaba más de lo esperado, no lo entraron a la casa tanto como al principio. Pero éste era su nuevo hogar y Harry se las ingeniaba para entrar cuando se le antojaba. Y ensuciaba en el comedor, en la cocina, sobre las camas de los chicos; revolvía el tarro de los residuos y desparramaba comida aunque no tuviera hambre. Harry tenía vida propia.

Un sábado a la mañana, cuando la brisa caliente y seca soplaba sobre La Pampa, Adriana tendió las sábanas recién lavadas en el cordel del patio. Pero al rato, cuando miró por la ventana de la cocina, habían desaparecido. Salió al patio y encontró a Harry jugueteando sobre las sábanas revolcadas en la tierra, divirtiéndose en su mundo. Al grito de Adriana vino corriendo José, pero Harry los ignoró, y con voz ronca y profunda José le gritó y levantó la mano amenazando pegarle. Harry salió disparado y se refugió tras un árbol. Y a partir de allí la relación entre José y Harry se tornó tensa. Y cuando se oía la voz de José en la casa, Harry ya no entraba.

Unos días más tarde, José y Adriana disfrutaron de un lindo desayuno dominguero en la cama, con mate y una torta de chocolate que Adriana había hecho la noche anterior. Y después, cuando José partió para una muestra de fotografía y poesía en un salón céntrico de Santa Rosa, Carlitos y Elena vinieron corriendo a ver televisión con la mamá en la cama. Elena traía a Harry en sus brazos, y a la mamá no le gustó la idea. Pero la niña prometió tenerlo alzado, y así Adriana y los chicos miraron televisión, charlaron y saborearon la torta de chocolate.

Pero de pronto sonó el timbre—era la amiguita de Elena que venía a buscarla. Y en un descuido Harry se escurrió de los brazos de la niña, saltó a la mesa de luz y arrebató los dos pedazos de torta que quedaban. Y para cuando el griterío estalló en la casa, Harry ya estaba escondido en la cucha del patio saboreando un trozo de torta

—dejando detrás un reguero pegajoso de chocolate por la casa, que marcaba la trayectoria de su escape.

En los días que siguieron hubo calma. Adriana había viajado a Buenos Aires, y Carlitos y Elena se iban a veces con su papá y el resto del tiempo lo pasaban con José. Pero el sábado a la noche, cuando los chicos volvieron de un paseo con el padre, José encontró que el chorizo casero que había comprado el día anterior se había reducido a la mitad. Y finalmente Carlitos confesó que esa mañana, antes que el padre los viniera a buscar, había comido un pedazo y el resto lo dejó olvidado en la mesa, en lugar de guardarlo. Y Harry se lo había comido casi todo.

Eso fue la gota que rebalsó el vaso. Cuando Adriana volvió de Buenos Aires a principios de la semana, decidieron ponerle punto final a la presencia de Harry en la casa. Y lo regalaron a una familia al otro lado de la ciudad.

La calma volvió a la casa. Pero con la calma llegó el vacío. Lo poco que Carlitos y Elena hablaban era para recordar a Harry. Y Adriana y José sintieron un vacío que no esperaban. La casa sin Harry no era como la casa antes de Harry. Algo había tocado sus vidas y ya no era como antes. Pasó un mes y Adriana y José decidieron traer a Harry de vuelta, sabían que la familia amiga que lo tenía no se opondría a devolverlo. Pero acordaron con los chicos que las cosas iban a cambiar. Harry no era un juguetito gracioso, era un ser viviente recién lanzado a la vida. Y ellos por su lado, nunca habían tenido un perro. Había mucho que aprender. Y qué mejor que aprender en un medio nutrido de amor.

Y Harry volvió a casa.

El pasado no se puede recuperar, pero se puede aprender de los errores para corregir el rumbo de la vida hacia el futuro. Y algo que a veces los seres humanos nos olvidamos, cuando un nuevo ser entra en nuestra vida, debemos hacer espacio, modificar comportamientos, establecer nuevas rutinas y nuevas reglas—para ambos, para el que llega y para el que lo recibe.

Gracias Harry.

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